Cd. de México (03 abril 2022).- Desde el otro lado de la banqueta, antes de acceder al Museo Anahuacalli, se alcanza a ver un largo par de cables de níquel reflejando destellos de luz. Su valor, no obstante, está en aquello que no resulta evidente a la vista.
Y es que esta intervención del artista Luciano Matus (Ciudad de México, 1971), parte de la muestra Luz, inaugurada el 9 de febrero pasado, aviva una sutil capa de significado con que Diego Rivera proyectara la orientación de este inmueble, en un momento en que el mundo apostaba por la arquitectura moderna.
“La postura es: rescatemos la arquitectura Mesoamericana y toda su riqueza, toda esta tradición. Automáticamente al entrar al edificio le estás dando la espalda al norte, y estás viendo al sur. Esa es la postura: vamos a ver a Mesoamérica”, expone Matus durante un recorrido por el recinto, donde su reluciente cableado que forma una flecha persigue el mismo fin.
“Tiene que tener una estética, claro que sí, esa es la trampa: ‘¡Ay, qué bonito!’. Qué bonito, pero te está haciendo que le des la espalda a Estados Unidos, ¿cómo ves? Así de bonito”, remarca el artista, cuyo cuerpo de trabajo más importante tiene que ver con intervenciones en América Latina bajo esta idea de voltear al sur.
De forma que, subraya Matus, el Anahuacalli es todo un statement a la vez que un espacio de contención. No de las piezas prehispánicas que Rivera coleccionó a lo largo de su vida, sino de un momento específico.
“Este cable de níquel se usa de resistencia eléctrica. Diego no fue más que resistencia también; este edificio es una resistencia a ese momento (en que surge el Anahuacalli). Mi pieza es una resistencia dentro de una resistencia”, define el artista, destacado por sus intervenciones en espacios e inmuebles patrimoniales, como los museos nacionales de Arte (Munal) y el de San Carlos, o los templos de San Agustín y el de Santa Teresa la Antigua.
Los cables, cada uno con una tensión distinta para generar sonidos particulares con el viento, cuelgan desde el aro de juego de pelota en la plaza del sitio -donde Matus imagina a Juan O’Gorman de pie y dimensionando cómo rematar la obra- hasta lo alto de la estructura piramidal, extendiéndose por su interior.
Ahí, marcando lo que el artista refiere como la quinta dirección de la pirámide -que en la mitología prehispánica une al inframundo con el cielo a través de distintos niveles-, los cables se encuentran exactamente al centro y con un par de esferas en cada extremo, cuyo delgado equilibrio mediante imanes pareciera ser el sostén último de todo.
“Simbólicamente, eso es: en el momento en que se cae la esfera, se cae la vida. Es eso. Pero ese espacio entre los dos imanes para mí representa la posibilidad; es el instante previo a una referencia. Cualquier cosa puede pasar.
“Es la esfera de la historia de la humanidad, porque es el sol y la luna”, prosigue Matus, inspirado en la esfera al centro de El hombre controlador del universo, mural de Rivera destruido en el Centro Rockefeller de Nueva York por incluir al líder comunista Vladimir Lenin. “Aunque no queramos, estamos ahí, atrapados”, dice el artista, señalando el reflejo convexo.
En el nivel inferior, en ese mismo centro exacto del museo -donde parte de la intervención también ha sido sustituir la luz fría de las vitrinas por cálida-, Matus ha abierto una “ventana al inframundo” a través de un juego de espejos circulares con el tamaño exacto del centro de la Piedra del Sol.
Pieza que, a su vez, sostiene un pequeño templo piramidal formado con una vasija de obsidiana de la serie Ihiotica -palabra en náhuatl que significa “con aliento y huelgo”-, diseñada por el artista en colaboración con el maestro artesano Humberto Hernández. Estructura miniatura donde deliberadamente figura la cúpula, traída durante la Conquista.
“No nos podemos escapar de ese pasado; no hay que esconderlo. Al contrario, hay que conocerlo mucho más, porque hay datos que al desconocerlos no nos vinculamos de la misma manera con esa historia”, estima Matus, para quien la polémica petición de que España se disculpe por la Conquista simplemente no tiene sentido.
“Es una estupidez, así de mal está entendido. Tendría que ser un diálogo, armemos unas mesas redondas para reescribir cómo fue ese encuentro, reconstruyamos el relato”, sugiere. “Ese cruce (en Anahuacalli) entre unos rasgos prehispánicos pero con arquitectura occidental es interesante, porque eso somos: un crisol de momentos, de eventos, de cosas positivas y negativas. No estaríamos aquí sin ello, así no”.
Luz, intervención de sitio específico con que Luciano Matus busca restaurar un espacio para el cuestionamiento, podrá visitarse hasta el 8 de mayo, en el recinto de Museo 150, Colonia San Pablo Tepetlapa, al sur de la Ciudad.