A Emilio Orduña, por la amistad.
A Tonny le da pena tener un apellido común, a Tonny le hubiera gustado portar un apellido ruso o alemán, incluso no se llama Tonny, se llama Antonio porque nació el día del santo de las muchachas solteras. A Tonny como muchos, tiene algo en el cerebro que no le funciona bien. Tonny asegura que si la cigüeña hubiera dado dos aletazos más habría nacido en la casa de enfrente y llevaría un apellido alemán. Tonny en su cuenta de Facebook y en todas sus cuentas y celulares no apunta con orgullo su apellido, porque le da pena ser hijo del señor “Pérez”…
Tonny es un chico de 27 años que va todas las noches al gimnasio buscando fortalecer su cuerpo y de paso su espíritu con largas jornadas de estudio y trabajo; va al gym para evitar que sus pensamientos lo embriaguen y que solo en su cuarto muera consumido por ellos. Pero no niega que también va porque fuera de que le gusta ver cómo su cuerpo reacciona con ejercicios extenuantes, le gusta mucho más ver cómo reaccionan los cuerpos de aquellos que le acompañan todas las noches en esa masa de sudor y carne.
La rutina comienza en una caminadora que poco a poco se vuelve corredora. Está ubicada justo en frente de un hermoso narciso llamado espejo y pareciera que tanto el Narciso como él estuvieran viendo todas las noches ese cielo estrellado, a veces nublado, donde todas las rabias, dolores, angustias y pesares son recibidos para que al ser acumulados desaparezcan lentamente.
Se conecta su Ipod y entre los acordes y ritmos de She Wants Revenge, The Knife, Erik Satie, Depeche Mode, Béla Bartók, The Cure, sus penas van liberándose y confundiéndose entre los deseos del gordito de al lado por llegar a ser tan flaco como el que está en la elíptica de en frente, entre la preocupación del vecino Hulk porque anoche no terminó de hacer toda su rutina y hoy ya ha debido perder más de 200 gramos de peso, entre el temor de la señora de edad del otro lado que hace muy poco le diagnosticaron una deficiencia cardiaca y le exigieron que por lo menos debía hacer dos horas diarias de ejercicio moderado…
30 minutos pasan y las piernas de Tonny piden algo de descanso, la película de sudor de su frente también pide ser borrado, tiene la garganta profunda ansiosa de un poco de agua. Deja sola a la corredora que continuará esperando que vuelva a aparecer otro confidente con el que también pueda compartir sus pesares.
Camina entre los Hércules de la ciudad albergados en aquel espacio que huele a humanidad buscando tener tal conexión con las máquinas y las pesas para que permitan seguir liberándose y al mismo tiempo hagan que sus músculos crezcan para que su apariencia externa sea una breve introducción a lo que internamente quiere darse a conocer (sin necesidad de que quiera darse a entender).
Su mirada ya no se centra en el Narciso, el espejo confesor; empieza a perderse y distraerse en los cuerpos de todos los que están sobre esforzando cada una de las tuercas, cada uno de los cables, de las máquinas moldeadoras de cuerpos.
En esas cuatro paredes irregulares en donde se escuchan las respiraciones con una rutina para fortalecer los bíceps, tríceps, pantorrillas, cuádriceps, pectorales, glúteos y el famoso trapecio que tensa toda la musculatura de los que en ese momento apuntan todo por tener un cuerpazo de gladiador, está él, como suelen estar todos: discretos, alertas y espera de un encuentro.
No pasan desapercibidas, pero no son el foco de atención, ahí están las chicas, ese grueso de jovencitas que en su mayoría van más de cacería que a cultivar el cuerpo. Ahí está Lila, que todos los días va dos o tres veces para socializar y sentirse vista por uno que no está enamorado del espejo o de Narciso… pero ahí está ella y otras más
Todos los aparatos incluyendo las caminadoras, la elíptica, las bicicletas a velocidad incalculable y remo, son los vehículos que estos atletas amateur usan para obtener esa imagen de súper hombres que le apuntan al cuerpo echándole toda la carne al asador por obtener músculos fuertes y rígidos, cuerpos perfectos sin una sola gota de grasa…
Tonny no puede, como casi todos los presentes, evitar dejar de ver cómo se escurre lentamente una gota de sudor desde la frente de él, que al estar concentrado en sus bíceps no siente cómo ésta sigue su lento trayecto por su enorme y venoso cuello y continúa bajando por sus muy gigantes pectorales bien bronceados hasta terminar absorbiéndose por esa camisa verde clara que le queda tan precisa y justa para que todo su delicioso torso pueda ser morboseado por alguien como el vecino que está pendiente.
A mi confesor le encanta ver cómo quedan los brazos tan grandes de su compañero y cómo están marcados cuando termina una serie levantando una de esas pesas tan grandes, que cree que un día de estos van a hacer destrozar un brazo de alguien, haciendo volar huesos, sangre y tendones por todo el espacio del gimnasio.
Le encanta verlo agacharse cuando está haciendo sentadillas porque las líneas de su ropa interior se marcan sutilmente sobre su sudadera y su bien trabajado trasero muestra todo su esplendor. Le encanta verlo hablar con algunos de sus compañeros de rutina, de cómo han crecido sus brazos, de cómo se han marcado sus abdominales, de qué deben seguir haciendo para sencillamente sentirse los dueños del mundo con sus cuerpos de dioses griegos, de esos mitológicos que son mitad humana mitad bestia pero que seducen y encantan no solo al sexo opuesto sino también al mismo, como es lo de hoy, sin trampas ni disfraces.
Curiosamente, una de aquellas noches de antro y música ruidosa, lo vio saltando de acá para allá con sus mismas camisetas pegadas con las que únicamente quiere poner a volar el morbo de los muchos hombres que estaban al acecho esa noche. Tonny no se acercó, solo siguió mirándolo tal como lo hace en el gimnasio. Se reía, simplemente…
No sabe si se dio cuenta de que estuvieron en el mismo sitio el sábado pasado pero el siguiente lunes que lo vio, supo el porqué de sus grandes músculos: ser un motivo de provocación explícito para hombres.
Casualmente ese día salieron casi al mismo tiempo del gimnasio. Tonny caminaba lentamente por la 11ª Sur para llegar a la Central, que a esa hora de la noche no pretende ser agradable; los olores acumulados por la cantidad de basuras de conjuntos y restaurantes callejeros crean una imagen mental de la catástrofe que hacemos inconscientemente en el día…
Sabía que él iba atrás de sus pasos hablando con uno de sus colegas. Apagó su Ipod y dejó que sus palabras llegaran a él. Empezaron a entrar a su cabeza frases machistas típicas “uy pero el culo de esa vieja, es una delicia”, “va a ver que mañana se la presento”, “yo estoy que me la echo”. Tonny sólo se reía. Luego de tres cuadras calientes, oscuras y hasta solitarias, escuchó que se despedía de su amigo y de pronto, se vio bajando por la misma calle con él. La timidez invadió a Tonny y fue necesario cambiarse de acera.
Dejo que siguiera un poco adelante para poderle echar miraditas desde el otro lado. Pasos adelante y con la mirada puesta en él, finalmente el fortachón y enorme macho volteó para observar a Tonny y éste se percató de cómo sus ojos lo recorrían. Siguieron en el juego de miradas intensas hasta que tuvo que dar vuelta por la próxima esquina a su casa. No fueron capaces de quedarse con las simples y precisas miradas.
Días después y con nuevas miradas casuales en el gimnasio supo que de pronto podía llegar a algo de lo que no está seguro que puede llegar a ser. En este momento realmente cree que no quiere nada, pero simplemente sí se da por qué no lo aceptaría? Aunque ve muy difícil llegar a dejar su timidez de lado, una pregunta inició la conversación y finalmente terminaron juntos en el cuarto de Tonny.
Primero hablaron de los triseps, biseps, la dureza de los glúteos y esa charla con el inhibidor que no falla, dos copas de vino “concha y toro” fueron suficientes para encender la sangre al rojo vivo y en un santiamén se encontraron desnudos, dispuestos a gustarse porque por ello estaban en el gimnasio. Lo demás se lo contaré en otra ocasión.
Soy Carlos Morán y te deseo ¡Feliz inicio de semana!